martes, 13 de abril de 2010

NEGOCIOS VERDES



Una Revisión de la Década de los Negocios Verdes por JOEL MAKOWER
De acuerdo, lo admito. El titular hace que nos preguntemos cómo puede ser posible. Me resulta difícil hacer justicia a los últimos 10 años de actividades comerciales verdes, por lo menos en las siguientes 1.500 palabras. Pero al examinar, como quiera que se llame la década por el espejo retrovisor, es tentador evaluar lo que ha sucedido desde los buenos viejos días del año 2000 para ver hasta donde hemos llegado, y hasta donde no.

Hagamos eso entonces.

Primero, las buenas noticias. El enverdecimiento de los negocios convencionales ha continuado a ritmo acelerado desde que el reloj marcó el año 2000, creciendo cada vez más rápidamente a medida que la década fue avanzando, aún en medio de una Gran Recesión. La idea de empresas verdes parece haberse extendido al próximo círculo concéntrico, más allá de las empresas leales, las centradas en valores y la nueva línea de grandes empresas líderes, a una tercera línea de empresas que nunca antes se habían interesado en el calentamiento global o en otros asuntos ambientales. Hoy en día, resulta difícil encontrar una empresa de tamaño considerable que no esté de alguna manera sosteniendo sus promesas con hechos. Tratar de ser visto como verde es hoy en día la regla más que la excepción.

Las exigencias son cada vez mayores también. Lo que hace 10 años era novedoso: empresas y productos de carbón neutral, fábricas sin residuos, química verde, análisis del ciclo vital, edificios ecológicos, hoy es algo convencional, o por lo menos garantizan la respuesta ¿y qué? cuando lo esgrimen las empresas. Las cosas que antes eran noticia, o, al menos, un buen material promocional, son actualmente cosa de todos los días.

Y cada año trae aparejado una sucesión de momentos para ver a quien agradecemos y culpamos: minoristas grandes y malos que se comprometen a enverdecer su cadenas de distribución, grandes y malas empresas automovilísticas que se comprometen a transformar sus productos y procesos de fabricación, grandes y malos fabricantes de productos envasados que lanzan líneas de productos ecológicos, grandes y malos fabricantes de ordenadores que de manera drástica mejoran la eficiencia energética y la capacidad de reciclado, grandes y malas cadenas de procesamiento de alimentos y de comidas rápidas que se comprometen a un abastecimiento sostenible, grandes y malas empresas de servicios públicos que se comprometen a la eficiencia energética y energías renovables, y muchas otras empresas, grandes, malas y de naturaleza diferente, que anuncian objetivos, asociaciones o logros que no hubieran parecido posibles hace no tanto tiempo.

Ahora la gran mala noticia: la mayoría de las empresas se dedica a las actividades comerciales verdes sólo de manera superficial, dedicando tan solo una pequeña porción de sus operaciones e impactos. Solo muy pocas han echado una mirada integral a lo que hacen desde una perspectiva ambientalista, ni hablar de tomar compromisos decididos y audaces para reducir el impacto que ocasionan o para transformar sus productos y procesos para abrazar una nueva ética verde. Si bien son cada vez más las empresas que participan, los esfuerzos colectivos no llegan a marcar una diferencia.

De modo que, si bien hay mucho para celebrar en los comienzos de una nueva década, hay una sensación extraña que gran parte de esto equivale a una falsa sensación de esperanza, que todas estas buenas noticias sean pocas y lleguen demasiado tarde. Aunque tal vez no.
En este contexto decididamente indeciso, he aquí tres razones por las que me siento desanimado, y tres razones por las que tengo grandes esperanzas por la década que viene.

1. No estamos moviendo la aguja. Como dije anteriormente, la suma total de toda esta actividad comercial verde no ha cambiado mucho las cosas. La mayoría de los indicadores globales sobre medio ambiente siguen apuntando en la dirección equivocada. Y donde los avances son evidentes, no están teniendo lugar en la dimensión y a la velocidad necesaria para hacer frente a los desafíos del clima, el agua, la calidad del aire, la toxicidad, la seguridad alimentaria, la biodiversidad y el uso de la tierra, entre otros. Aún en las economías desarrolladas como los Estados Unidos y Europa, los principales indicadores del progreso, por ejemplo, la cantidad de energía y de agua consumida o los residuos y la contaminación ambiental emitida por unidad de producto bruto interno, sólo ha mejorado ligeramente. En las economías en vías de desarrollo en rápido crecimiento: China, India, el Sudeste Asiático, América Latina, y otras, la historia, en términos de consumo y tendencias de emisiones, es aterradora.
2. El público todavía no lo entiende. Hay poco sentido de urgencia, y por buenas razones: La mayoría de los habitantes del planeta están focalizados como un láser en pasar el día: alimentar y dar cobijo a sus familias, estar vivos y sanos, encontrar trabajo, mantener las dignidades humanas básicas, y tienen poco tiempo o interés en proteger el bien común. Mientras tanto, los “ricos” se centran en gran medida en conservar lo que han acumulado, si no en aumentarlo, y por lo general no se les puede molestar con el bien común. La mayoría de las personas no comprenden muy bien la repercusión ambiental que tienen sus vidas, se conforman con hacer unos pocos, sencillos y en gran medida simbólicos cambios en sus hábitos de compra o personales. Como resultado, la presión del consumidor sobre las empresas para que transformen sus productos y procesos es relativamente débil. Sí, hay un marco cada vez mayor de ciudadanos preocupados por el clima y por otros males del planeta, y una nueva generación que se incorpora al mercado con una ética más verde, pero su poder de lograr cambios hasta la fecha no ha tenido demasiado impacto.
3. Hay poco sentido de urgencia. En las generaciones pasadas, la gente salía a las calles para protestar contra la injusticia generalizada y las desigualdades y, en el proceso, ayudó a lograr cambios arrolladores, desde los EEUU hasta la URSS. Estas masas contaron con el apoyo de líderes políticos y empresarios que vieron una gran oportunidad en los cambios drásticos, tanto para sí mismos como para la sociedad en general. Pues entonces, ¿dónde están las masas marchando por las calles para exigir medidas contra el cambio climático en nombre de las generaciones futuras? ¿Dónde está la indignación por la falta de acción en cuestiones energéticas y climáticas, posiblemente uno de los temas más importantes de derechos civiles y humanos que hemos tenido que enfrentar? ¿Dónde está la corriente de boicots de los consumidores y las medidas por parte de los accionistas obligando a las empresas a responder? ¿Dónde están los políticos gastando su capital político, luchando contra los obstáculos para una económica verde? ¿Por qué las amenazas contra nuestra seguridad, la seguridad alimentaria, la seguridad doméstica, la seguridad del agua, la seguridad nacional, no fomentan numerosos proyectos verdes como el Manhattan y el Apollo? Si, existen ejemplos alentadores de todas estas cosas, pero están sucediendo demasiado lentamente y no parecen estar causando demasiados avances.

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